Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713] |
:::Gentilicios:::Quizá pueda resultar un tanto extraño que las fuentes etnohistóricas apenas anoten algunos de los gentilicios que emplearon los antiguos isleños. Si se examina la cuestión extremando la prudencia, en realidad ofrecen un único vocablo que es posible atribuir sin discusión al amazighe insular; el resto conocen un grado mayor o menor de romanización sociolingüística. Sin duda, la pronta generalización de las voces ‘canario’ y ‘guanche’ contribuyó no sólo a descuidar el registro de otros identificadores tribales o geográficos, sino a ofrecer imágenes demasiado compactas de las sociedades insulares. Según la información disponible, la adscripción a una isla debió ser menos importante para la población que la pertenencia a un linaje, clan o tribu y, por extensión, a las comarcas o espacios donde desarrollaban su vida cotidiana. Esos eran los ámbitos en los cuales el sujeto adquiría su condición humana. En cualquier caso y aun con todas las cautelas, la identidad amazighe de las antiguas comunidades isleñas constituye ya una constatación étnica y cultural, fundada en algo más que la datación radiocarbónica de unos pocos hallazgos puntuales o un hatillo de palabras mejor o peor contextualizado. Que las Islas fueran visitadas por otros pueblos y éstos dejaran vestigios de su paso o, incluso, de un asiento más o menos efímero (asunto abierto todavía a la investigación), no debe confundirse con un poblamiento que desarrolló formaciones sociales complejas. En torno a 1590, un historiador que firmó su obra con el pseudónimo de Juan de Abreu Galindo (III, 13) recogió ese gentilicio expresado de manera inequívoca en lengua amazighe: «Esta ysla de Tenerife se llama en su comun hablar Chíneche, y alos naturales llamaban Bincheni». Un siglo más tarde, el médico y también historiador Tomás Marín de Cubas (1694: 26v, 50) reportó el mismo dato, pero esta vez bajo una forma ligeramente distinta: «[a] los naturales le[s] llaman Guanchini». Las diferencias obedecen a que un autor apuntó el plural y otro, el singular: wanshen, pl. winshen. Porque el enunciado guarda relación con el nombre de la Isla, Ashenshen (o Ašenšen), rematado por la reduplicación expresiva del tema que se pierde en el gentilicio. De aquí derivan todas las variantes que hoy conocemos, la más famosa de las cuales es la voz ‘guanche’. Ni ‘guanchinet’ ni –mucho menos– ‘guanchinerfe’ resultan otra cosa que deformaciones y elucubraciones sin fundamento, por no hablar de las etimologías que remiten a otras lenguas. A partir de aquí comienzan las conjeturas, que no obstante gozan de bastante consistencia: – Del nesónimo ‘Gomera’, deducimos el adjetivo ‘gomeros’ o ghummâr-t, según el nombre continental que recogiera Ibn Jaldún (1968, II: 680) en el siglo XIV, y que admite la traducción ‘tribu o hijos de el Grande’. – Del nesónimo ‘Benahoare’, presumimos el adjetivo ‘ahuaritas’ o huwwâr-t, ‘tribu o hijos de el Ancestro’, interpretación literal del nombre de esta tribu citada también por el historiador Ibn Jaldún (1925, I: 275-276). – En relación con el topónimo ‘Mahorata’, el poeta Antonio de Viana (1604, I) alude a sus pobladores como mahoratas, esto es, mahâr-t, ‘tribu o hijos del país natal’. He ahí, cuando menos, la lectura inmediata, porque un posible antecedente fenicio a través del lexema M•H•R (‘occidente’) no debe descartarse por completo. A este conjunto acaso podríamos añadir una referencia muy interesante que aporta Marín de Cubas (1694: 95v), y que hoy en día empieza a entrar en desuso: «Por la Ethimologia del nombre de Canarios, que en esta Ysla de Canaria ensi mismos eran llamados Canariotes», es decir, kanar-t, ‘tribu o hijos del frente, valientes’. Aunque las hipótesis albergan una carga etnolingüística pertinente, las pruebas documentales reunidas hasta ahora no son nada categóricas. Pese a todo, deslizan algunos indicios que permiten sugerir la presencia de ese antiguo sufijo, -(a)t, conferido en la cultura amazighe a los nombres étnicos (o etnónimos). Nos quedaría oír a los bimbaches o bimbapos, según la denominación que Juan Antonio Urtusáustegui (1983: 38) mencionara –en 1779– para la población herreña. Pero el análisis lingüístico induce a pensar que esta designación recaía sólo en una parte de sus habitantes: winwaf o ‘los de la cumbre’, aunque esta imagen orográfica bien podría aplicarse a la figura general que muestra la Isla, esto es, Ezeró o ‘la muralla rocosa vertical’. Para terminar, quizá convega aclarar también un par de vocablos que suelen dar lugar a cierta confusión: ‘babilones’ y ‘mahos’ o ‘max(i)os’. En relación con el relato acerca de los Deslenguados, población africana expulsada por los romanos de sus dominios en la provincia de Mauritania y desembarcada en la costa sur de Tenerife [Bethencourt Alfonso (1880) 1991: 122], se extendió el adjetivo ‘babilón’ para distinguir a las gentes de esta isla. Sin embargo, la voz es claramente hispánica y, como en el resto del mundo romance, se aplica al individuo ‘torpe, bobo’ o ‘que balbucea’. La otra expresión convoca dos conceptos vinculados indebidamente en la tradición oral y documental: ‘mah(i)o’, simple torsión de mahorero, y ‘maxio’ o ‘mago’, que –de manera escueta– se acerca al doble significado hispánico de la noción ‘alma’ (como substancia espiritual y –a la vez– corpórea del ser humano).
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