Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713] |
:::Atazaicate:::Desde muy antiguo, es costumbre en la cultura amazighe que una persona reciba varios nombres a lo largo de su vida. Todavía a comienzos del siglo XX, un personaje singular, el explorador y religioso francés Charles Eugène de Foucauld (1858-1916), recogió esta circunstancia en su célebre Dictionnaire abrègé (1940: VII): Habitualmente, el niño recibe cuando nace el nombre de una persona querida o venerada, viva o muerta; pero, poco después, se le asigna a menudo un sobrenombre, eligiendo o inventando algunas veces un nombre nuevo, que no haya llevado nadie, para evitar las confusiones. Más de una vez, después de varios años, el primer nombre de la persona se olvida y sólo es conocida por su sobrenombre, que es tomado en adelante como un nombre y concedido más tarde a otros en su honor. Quinientos años antes, las crónicas coloniales registraron también este hecho en Canarias. No son muchos los casos retenidos por las fuentes europeas, pero proporcionan una valiosa información etnolingüística. Junto a los datos gramaticales, que ya tienen importancia en sí mismos, con frecuencia revelan interesantes matices socioculturales. El personaje que asoma en esta ocasión a las páginas de nuestra revista es quizá el que ofrece las implicaciones más curiosas. Miembro del consejo de notables galdenses durante la jefatura de Egonaiga (uno de los hijos de Artemi o Gumidafe), Atazaicate (aunque sería mejor Atasaicate) nos ilustra acerca de la percepción de ciertas emociones entre los canarios. Cronistas como Pedro Gómez Escudero (ca. 1484) o, un siglo más tarde (1590), historiadores como Juan de Abreu Galindo y Leonardo Torriani, ya anotaron, aunque bajo innumerables deformaciones gráficas, que el significado de este nombre reflejaba a un individuo ‘animoso’ y ‘de gran corazón’. Y, en principio, seguro que no sorprende demasiado la relación entre ambos conceptos, también cercanos en nuestra mentalidad (tal vez algo menos briosa). Pero en la fórmula Atasa_ikahat, enunciado primario de este nombre compuesto, esa idea de un ‘corazón’ como centro de los sentimientos, que viene expresada por la voz tasa, remite en primera instancia al ‘hígado’, a las ‘vísceras’, a la ‘boca del estómago’ y sólo por extensión cultural al ‘coraje’, la ‘ternura’ o el ‘miedo (incontrolado)’. Valores semánticos que, en alguna medida, también quedan atestiguados a través de una anécdota que tuvo como protagonista a otro famoso isleño (involucrado en la invasión de Tenerife). Según relata Antonio Cedeño [(ca. 1490: 12v) 1993: 368]: El Canario Mananidra fue mui nombrado de valiente. Vautisóse i llamóse Don Pedro Mananidra, pasó a Thenerife a la conquista onde hiço cosas mui señaladas en compañía de el adelantado Alonso de Lugo en la vatalla que se dio en Jeneto con victoria de los christianos. Antes de acometer estaba Mananidra temblándole el cuerpo, le dixo el adelantado, ¿cómo que le afeaba el acción de temblar? Respondió: «las carnes son las que tiemblan por que se sienten a onde las ha de meter el coraçon»; y aquel día se mostró muy valeroso. Pero no parece que Atazaicate hubiera sido distinguido por la naturaleza con un físico muy agraciado. Al decir de la tradición, las mujeres lo llamaban Atabicenen, «que significa saluaje» o «perro lanudo». Una designación que recuerda de inmediato la referencia que efectúan las fuentes a las ‘apariencias malignas’: «Muchas ifrequentes Veses seles aparecía el demonio en forma de perro muí grande i lanudo de noche ídedía íenotras varías formas que llamaban Tíbíçenas» [Gómez Escudero (ca. 1484: 69r) 1993: 442].
Y aquí encontramos un tabú nada disimulado. Esta expresión referida a la ‘malignidad’, at_abizzanan, tiene su origen en el color ‘negro’, cuya pronunciación aún se distorsiona casi siempre para evitar atraer la mala suerte. Pero los colores poseen suficientes atractivos como para merecer un comentario aparte.
Autor: Ignacio Reyes |
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