Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713] |
:::Identidad, lengua y territorio:::Mucho se ha hablado del poblamiento antiguo del Archipiélago por diversas tribus amazighes. Canarios, ghumaras (o gomeros), huwaras, beni bachires, zenatas, mauros o, también, caprarienses y cinitios, según ha propuesto en fechas recientes el profesor Antonio Tejera (2004), ocupan las mejores posiciones en el elenco de posibilidades. Las últimas dataciones arqueológicas señalan que este asentamiento debió de producirse, en varias fases, durante la segunda mitad del primer milenio antes de nuestra era. Pero, en realidad, carecemos de testimonios directos o de cualquier otro detalle seguro al respecto, aunque nunca han faltado las leyendas y conjeturas más pintorescas para llenar ese vacío. La indagación histórica y lingüística, lejos de suministrar respuestas categóricas, permite sin embargo fundar hipótesis que poseen ya cierta solvencia. En el campo de la filología, la onomástica (estudio de los nombres propios) y, más en concreto, la exploración de la toponimia (nombres de lugar) y los gentilicios (nombres de naciones, etnias o linajes) proporciona algunos ingredientes de interés. Aquí trataremos de examinar ahora qué aportan los nesónimos (o nombres de las Islas) al conocimiento de la adscripción tribal de los antiguos isleños, cuya percepción y organización del espacio presenta no obstante pocos trazos en común con la que es corriente en las sociedades actuales. Nuestros conceptos de ‘isla’, ‘país’, ‘Estado’, ‘patria’ o ‘bando’, por ejemplo, apenas dan cuenta de una noción nada estática de la realidad espacial y sí muy ligada a una determinada composición de las relaciones sociales. La comunidad territorial se entendía como un organismo vivo y cambiante en función de las relaciones de parentesco y las estrategias de subsistencia. Por eso, no es difícil encontrar lo que parecen varias denominaciones para un mismo territorio, porque o bien se refieren a fracciones de él o bien muestran el nombre que le adjudican los distintos linajes o agrupamientos sociales que operaban allí. Pero veamos si la etimología de las voces que han quedado como nesónimos representativos, pues existen algunos otros vocablos menos conocidos, nos aclara algo más sobre el origen de la población amazighe de las Islas: Ezeró, ‘la fortaleza’ o –literalmente– ‘la muralla rocosa vertical’, que describe con acierto el elemento más destacado del relieve herreño. Tyterogaka (= titerôghakk), ‘una (que es) enteramente amarilla o cobriza’, conforme al dominante color dorado de las arenas de Lanzarote. Achineche (= ashenshen), ‘el (lugar) que retumba’, en alusión a los sonidos que produce la actividad volcánica en Tenerife (o la energía de otras islas, como La Palma, que a menudo también se deja oír en ella). Tenerife (= tenerefey), ‘la frente (o montaña) clara’, que capta la imagen del inmenso volcán avistado desde la isla de La Palma, a cuyos habitantes se atribuye la autoría de este término. Erbane, ‘lugar del muro o pared’, que llama la atención sobre la muralla principal que dividía Fuerteventura en dos grandes parcialidades. Maxor(ata) (= mahâr-t), ‘(los hijos del) país natal’, señala el territorio que una de las comunidades de Fuerteventura (y tal vez también de Lanzarote) considera como su lugar concreto de asentamiento, es decir, la forma más cercana al concepto ‘patria’. Benahoare (= wenahwar), ‘el lugar donde (está) el ancestro’ o, literalmente, ‘el lugar del ahwwâra’, es decir, el dominio palmero que habita la tribu Huwwâra, un conjunto poblacional establecido en la región libio-tunecina de Tripolitania y el Fezzan antes de la invasión islámica (siglo VII). Gomera (= ghummâr-t), ‘los (hijos) de el Grande’, parece ser el etnónimo o nombre tribal de la población zenata que, hoy ya muy arabizada, ocupa diversos núcleos de la zona norte y nordeste de Marruecos desde hace cientos de años (aunque su tradición dice que proceden del Sus más meridional). Canaria (= kanar), ‘vanguardia, valiente’, apunta a una latinización del famoso etnónimo continental (canarii o canarios) de los habitantes amazighes de la Tafilelt, una comarca meridional de Marruecos, aunque también se ubican en la actualidad en el ámbito noroccidental del lago Chad (Níger). Tamerán, ‘(país de) los valientes’, es un vocablo que sólo aparece en la obra del naturalista lagunero Manuel de Ossuna y Saviñón (1809-1846), pero que no deja de aproximarse mucho a la interpretación que es posible reconocer en el tema canari-. También otra denominación latina, Capraria, que figura en el islario de Plinio el Viejo (23-79), remite a una tribu que habitó entre el Atlas sahariano y la provincia de Constantina, en Argelia, justo en la zona donde se localizan antecedentes lingüísticos que ayudan a explicar el habla de la antigua población herreña. Porque, aparte de las referencias étnicas explícitas –significativas pero escasas– que contienen los nesónimos, la etimología de cada una de estas expresiones se escora sobre ciertas unidades dialectales. Pero, con todo, sólo un exhaustivo estudio de los materiales insulares permitirá avanzar mejor en estas identificaciones, que retomaremos cuando examinemos los gentilicios.
Autor: Ignacio Reyes |
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