Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713] |
:::Señales para el recuerdo:::La imagen “prehistórica” que se ha ofrecido y, en gran medida, se sigue ofreciendo de la cultura canaria en su etapa prehispánica se quiebra con frecuencia a la luz de la lectura detenida de las fuentes escritas, pese a la coloración eurocéntrica que tiñe sus páginas. Aunque no es menos cierto que todavía nos movemos, en buena parte de los casos, con teorías y conjeturas no todo lo consistentes que sería deseable, producto de la tradicional confusión que presentan esos testimonios documentales y la complejidad del trabajo arqueológico, asaltado a menudo por contrariedades ajenas al ejercicio profesional. Operaciones matemáticas, cálculos astronómicos y registros cuantitativos en general formaban parte del utillaje intelectual indispensable para la subsistencia en sociedades que, como las isleñas, se desenvuelven en un territorio y con unos recursos limitados. Pero, además, el relativo aislamiento de las antiguas sociedades ínsuloamazighes durante aproximadamente dos milenios, confirió a estos instrumentos básicos características propias y singulares, además de erigirlas en un excelente referente para el conocimiento de sus paralelos culturales en las antiguas sociedades continentales. Cantidades, formas y colores fueron conjugadas por los pimeros isleños para componer las representaciones simbólicas que debían reflejar una visión del mundo tan mística como operativa. El mayor volumen de información al respecto, como suele ser habitual, corresponde a las islas de Gran Canaria y Tenerife, de ahí que los planteamientos a exponer versen sobre ambas islas. A pesar de la notoria importancia de la transmisión oral en aquellas sociedades (incluso tras la conquista castellana), fray Alonso de Espinosa aporta la primera referencia en torno a los registros escritos para la isla de Tenerife, al relatar sus averiguaciones sobre la fecha de aparición de la Virgen de Candelaria, dejándonos de paso una clara alusión al calendario guanche: Aunque averiguar el año y tiempo en que esta sagrada imagen apareció sea cosa muy dificultuosa, porque ha venido de mano en mano hase ido perdiendo la memoria con todo aquesto, aprovechándome de las antiguas pinturas que esto refieren y sirven de escritura, y de la computación de las lunas de que los antiguos naturales usaban, vendré rastreando a dar con lo más averiguado, que es: Quizá se trate de las pinturas antiguas existentes en la iglesia y convento de Candelaria, que el mismo Espinosa nombra en otros pasajes de su obra. Lo cierto es que Marín de Cubas nos da más argumentos para creer en la existencia de estos registros y suma las rayas a los elementos pintados: [...] el año contaban por las sementeras i llamaban era tenianlos araiados, i señalados en tablas, i empessabanle serca de agosto llamado beñas mer en la primera luna i por quince dias continuos hasta la opocicion hacian grandes fiestas devia ser por sus difuntos [....] [Marín (1687) 1937: 76r]. Para Gran Canaria, cabe presumir que fue el conquistador toledano Antonio Cedeño quien primero alude a la existencia de estos registros cuando habla de las escuelas que tenían los canarios para sus niños: [...] assimismo en los lugares hauía personas para todo como a recojer diesmos, i dar limosnas, i castigar culpas i enseñar niños, i los maestros eran mujeres para niñas i hombres para enseñar muchachos. No conocieron letras ni caracteres (aunqe se valían de pintura tosca). La doctrina eran historias como corridos i jácaras de valientes, de sus reies i hombres señalados, linajes, i otras cosas de campo de plantar, sembrar i lluuias, i señales de los tiempos como pronósticos en refrançitos [...] [Cedeño (ca. 1490) 1993: 373]. Sin embargo, Tomás Marín de Cubas será aún más explícito a la hora de constatar la presencia de marcas registrales en Gran Canaria, relacionándolas con el calendario insular, un hecho que establece una clara semejanza con los elementos y características simbólicas detectados en Tenerife. Veamos dos versiones del pasaje en que se refiere a esto el médico teldense, donde se aprecian algunos matices un tanto confusos: Contaban el año llamado acano por las lunas, de veinte i nuebe soles, ajustábanlo por el stío onde en la primera luna hacían nuebe días de fiestas i regocijos a el recojer sus cementeras, pintaban en unas tablas de drago i en piedras, i en paredes de las cuebas, con almagra, i rayas, i otros caracteres llamados tara, i onde los ponían tarja a modo de scudos de armas, decían que su origen era de la parte de el sur de África i también señalaban a el oriente; y según decían era mui antigua la población de yslas [Marín (1687) 1937: 77v]. Contaban su año llamado Acano por las lunaciones de veinte y nueve soles desde el día que aparecía nueva empesaban por el Estio quando el Sol entra en cancro aveinte yuno de Junio en adelante laprimera conjuncion, y por nueve dias continuos hazian grandes Vailes yconvites, y casamientos, haviendo cojido sus sementeras hazian raias en tablas, pared ò piedras; llamaban tara, y tarja aquella memoria delo que significaba [Marín (1694: 74) 1986: 254]. Aunque parece rectificar en la versión final, en un principio distingue entre la tara como signo o caracter que se anota, igual que sucede en griego con un vocablo idéntico, y la tarja como soporte sobre el que se escribe, junto a las tablas, paredes y piedras, aunque la arqueología no ha logrado identificar hasta el momento el objeto en cuestión, acaso por tratarse de un material perecedero. Sin embargo, Cedeño nos proporciona una descripción de esas tarjas, que encaja también con otro término similar fijado en castellano a través del francés antiguo (targe): [...] con las armas que tenían que heran vnos palos tan largos como vna espada i estos de palo resio i delgado a manera de espada con su puño llamanlos magles i con ellos daban tan buena cuchillada como espada tenian hechas rodelas de un arbol estoposo que llamaban drago i a estas rodelas llaman tarjas trai[a]nlas pintadas de blanco i colorado con sus debisas cada vno a su modo jugauan dellas diestramente husaban tanbien de baras tostadas con puntas agudas como dardos [...] [Cedeño (ca. 1490) 1879: 14v. Ver también 1993: 367]. Gómez Escudero nos da una idea de la tipología que presentaban las tarjas: «Tenían espadas de palo a modo de montantes y unas adargas cuadradas y otras redondas i pintadas de almagra y carbón cuarteados y alxedreses [...]» [Gómez Escudero (ca. 1484) 1993: 388]. Y el propio Cedeño concreta un poco más esa otra función que se añadía a la defensiva, servir de emblema distintivo: [...] un hidalgo llamado Bentagaire que bibia en Larganegui donde bino en busca del Doramas del qual abiendo tomado por señas para lo conoserle que traia en su tarja quarteado de blanco i colorado le espero en el camino por donde iba a ber sus ganados [...] [Cedeño (ca. 1490) 1879: 15v]. Desde el punto de vista lingüístico, aunque se pueden aducir algunas conjeturas más o menos audaces, los datos ciertos son escasos. Pero, sin duda, al valor gráfico del concepto tara o tarha, como ‘marca’ o ‘inscripción’, es posible atribuirle también la acepción de ‘divisa’ o ‘emblema’. Este apasionante tema no está ni mucho menos cerrado, pero quedarán para un futuro tratamiento específico otras manifestaciones conexas, más enigmáticas si cabe, como la identificación de las momias, los collares de cuentas en Tenerife y las cuevas pintadas en Gran Canaria, donde las figuras, los colores y el número de señales y/o diseños buscan traducir y aprehender la constelación de regularidades cosmológicas que, en alguna medida, premitían programar la reproducción de las condiciones de existencia material y espiritual.
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