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Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713]
Mundo funerario  

:::Embalsamadores (1ª parte):::

Cuerpo preparado para el mirlado

En alguna otra ocasión hemos afirmado que las fuentes documentales de nuestro pasado prehispánico presentan ciertas limitaciones. Al condicionamiento cultural de los cronistas e historiadores debemos añadirle no pocas extrapolaciones injustificadas, sin olvidarnos de todo tipo de erratas, mistificaciones y errores, presentes en este ámbito como en cualquier actividad llevada a cabo por el ser humano.

Muchas de estas trabas saldrán a nuestro encuentro cuando empecemos a indagar cómo eran los encargados de mirlar los cuerpos de los difuntos en las antiguas sociedades amazighes de Tenerife y Gran Canaria.

A pesar de todo, iniciamos hoy una pequeña serie de artículos dedicada a la figura de los embalsamadores. En el presente texto, analizaremos los testimonios recogidos por los primeros cronistas de Canarias, es decir, aquellos que vivieron hasta los años inmediatamente posteriores al final de la Conquista (ss. XV-XVI), dejando las fuentes documentales de los siglos XVII-XIX para un segundo y último capítulo.

Vnum hominem probum

Diogo Gomes de Sintra visitó el archipiélago canario entre 1460 y 1463, pero la relación de su viaje, redactada en latín por Martín Benhain, de Nuremberg, se realizaría años más tarde, sobre 1485. De todos modos, el navegante portugués nos proporciona una de las primeras noticias sobre los xaxos, cuando anota que, tras preparar con manteca el cadáver de su rey, los guanches:

[...] lo ponen o envían a una cueva, y delante de ella colocan para custodiarlo a un hombre de bien que por su honradez testimonie si se le caen sus cabellos o piel durante un año. Y si se le caen los cabellos, lo tienen por un gran pecador; y si no, lo tienen por un buen varón. Y se reúnen todos y celebran un gran convite, y le tributan los mayores honores [Gomes de Sintra (ca. 1485) 1940: 99].

Según el cronista, una vez finalizado el convite, el custodio era acompañado a un «lugar peligroso», desde donde se arrojaba al mar para acompañar a su rey en el otro mundo.

Gomes de Sintra no se refiere de manera explícita a los embalsamadores, aunque el papel desempeñado por el mencionado «hombre de bien», último responsable de la conservación del cadáver, puede prestarse a múltiples interpretaciones. En general, la tradición resulta extraña para nosotros, del mismo modo que debió de sorprender a nuestro navegante. Sin embargo, el ritual descrito debe de tener su lógica histórica en el contexto de un pueblo que concebía su existencia y su cultura a través de tres instancias de una misma realidad: subterránea (de los muertos), superficial (material) y espiritual. La muerte solo constituía un mero tránsito (Reyes 2006: passim).

Respectados provilísimos

Tras descartar una posible alteración del texto por parte de Marín de Cubas –copista del manuscrito original entre 1682 y 1687–, la crónica de Antonio Cedeño (ca. 1490) parece ser la primera que repara en algunas de las características de los embalsamadores. De forma escueta, y tras hablarnos del proceso de conservación de los cadáveres, el conquistador afirma que: «Hauía hombres y mujeres diputados para ser amortajadores y enterradores que eran respectados provilísimos en la república a los quales las demás jente negaba el comerçio i trato» [Cedeño (ca. 1490) 1993: 380].

No deja de sorprendernos que Cedeño mencione, exclusivamente, a «enterradores» y «amortajadores». Sin embargo, tanto el contexto de la cita como el trato social que ésta recoge, invitan a pensar que el conquistador toledano está haciendo referencia a los mirladores. Este extremo se confirma si comparamos su testimonio con los que, posteriormente, y de forma algo más extensa, elaborarán otros cronistas.

Abreu Galindo, o quien quiera que fuese el autor de la Historia que se le atribuye, es uno de ellos. El franciscano no define el grado de exclusión social padecido por los embalsamadores, pero su testimonio nos sirve para confirmar que el proceso de conservación de los cadáveres era ejecutado por gente muy concreta. Para Gran Canaria, señala que, «para preparar y conservar lo[s] cuerpos difuntos, había hombres diputados y señalados para los varones, y mujeres para las hembras» [Abreu Galindo (ca. 1590) 1977: 162-163], siendo ésta una de las pocas referencias documentales sobre los mirlados canarios. Por otro lado, para la isla de Tenerife, el supuesto franciscano indica que:

[...] había hombres y mujeres que tenían oficio de mirlar los cuerpos, y a esto ganaban su vida, desta manera que, si moría hombre, lo mirlaba hombre, y la mujer del muerto le traía la comida; y si moría mujer, la mirlaba mujer, y el marido de la difunta le traía la comida; y servían éstos de guardar el cuerpo difunto, no lo comieran los cuervos y guirres y perros [Abreu Galindo (ca. 1590) 1977: 299-300].

Por su parte, fray Alonso de Espinosa [(1594) 1980: 45] coincide con Cedeño al indicar que aquellos hombres y mujeres «eran conocidos, no tenían trato ni conversación con persona alguna ni nadie osaba llegarse a ellos, porque los tenían por contaminados e inmundos; mas ellos y ellas tenían su trato y conversación», a la vez que contradice a Abreu Galindo al matizar que «cuando ellas mirlaban alguna difunta, los maridos les traían la comida, y por el contrario».

También las Antigüedades del médico y poeta Antonio de Viana [(1604) 1991: canto I, 100] se hacen eco de las técnicas de conservación de los cadáveres practicadas en la isla de Tenerife. En su Poema, y seguramente inspirado por la obra de Espinosa, Viana dedica los siguientes versos a los embalsamadores:

y para aqueste efecto de mirlarlos
había ciertos hombres y mujeres,
que esto tenían por común oficio,
haciendo habitación a solas juntos
sin que con ellos conversase alguno,
que dellos presumían menos precio,
y a todos los tenían por inmundos,
y así se conocía su linaje.

Como hemos podido comprobar, los primeros cronistas de Canarias, aquellos que vivieron en las Islas o visitaron el Archipiélago durante los años inmediatamente posteriores al final de su Conquista (ss. XV-XVI), representaban a los embalsamadores como una casta específica que llevaba a cabo una función muy concreta, por la que, además, era marginada y excluida del resto de actividades sociales.

Sin lugar a dudas, la proximidad temporal entre las fuentes etnohistóricas de los siglos XV y XVI y la realidad social que éstas describen es un elemento que juega en favor de aquellos primeros cronistas. Aunque, como veremos en el próximo capítulo, el cambio de siglo traería consigo nuevas fuentes... y nuevas teorías.

Fuentes

ABREU GALINDO, Juan de. 1977 (ca. 1590). Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Edición crítica con introducción, notas e índice por A. Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya.

CEDEÑO, Antonio. 1993 (ca. 1490). Brebe resumen y historia muy verdadera de la conquista de Canaria scripta por Antonio Cedeño natural de Toledo, vno de los conquistadores que vinieron con el general Juan Rexon, en Morales (1993: 343-381 + 1 lám.).

ESPINOSA, Alonso de. 1980 (1594). Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Introducción de Alejandro Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya.

GOMES DE SINTRA, Diogo. 1940 (ca. 1485). De insulis primo inventis in mari occeano occidentis, et primo de Insulis Fortunatis, quae nunc de Canaria vocantur, en Bonnet (1940: 96-100) y Santiago (1947: 539-550).

VIANA, Antonio de. 1991 (1604). Antigüedades de las Islas Afortunadas. Edición de María Rosa Alonso. Canarias: Gobierno de Canarias (SOCAEM), 2 vols. (Biblioteca Básica Canaria, 5).

Bibliografía

BONNET Y REVERÓN, Buenaventura. 1940. «Un manuscrito del siglo XV. El navegante Diogo Gómez en las Canarias». Revista de Historia Canaria 51-52: 92-100. La Laguna: Universidad.

MORALES PADRÓN, Francisco. 1993. Canarias: Crónicas de su Conquista. Transcripción, Estudio y Notas. Las Palmas de Gran Canaria: Museo Canario-Ayuntamiento.

REYES GARCÍA, Ignacio. 2006. Voces del poder en el amazighe insular. S/C de Tenerife: Foro de Investigaciones Sociales.

SANTIAGO, Miguel. 1947. «Canarias en el llamado «Manuscrito Valentim Fernandes»». Revista de Historia Canaria 80: 539-550.

Autor: Néstor Bogajo

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