Nº 9 - Marzo 2006
[ISSN 1886-2713] |
:::Hautacuperche:::En 1477, Hernán Peraza el Joven tomó posesión del señorío insular de La Gomera. Tras un pacto de colactación, había quedado emparentado con los isleños, hasta el punto de ser considerados como hermanos. Sin embargo, esto no iba a impedir que el castellano abusase de la población nativa, haciendo del esclavismo su negocio. La situación iba a perpetuarse durante once años, hasta que en el invierno de 1488, los isleños, soliviantados por las vejaciones padecidas, decidieron rebelarse. Los jefes insulares, entre los que destacaba el anciano Hupalupu [‘cabellera larga (nobleza)’], fueron convocados en un roque cercano a la costa de Taguluche (después, Baja del Secreto), donde decidieron prender al tirano y romper la alianza que hasta entonces les ligaba al gobierno señorial. Ya el ganigo de Guahedun se quebró Hernán Peraza el Joven se había ganado la antipatía de propios y extraños. Así lo atestigua Abreu Galindo cuando afirma que el castellano «se avenía mal con sus vasallos, tratándolos con rigor y aspereza, deseándole los amigos y enemigos todo mal» [Abreu (d. 1676) 1977: 248]. Pero la gota que colmó la paciencia de los gomeros fue más bien simbólica. Hernán Peraza, casado con Beatriz de Bobadilla, mantenía relaciones con una isleña conocida como Yballa (‘apartada, separada’), quien técnicamente se había convertido en su hermana. Cuando descubrieron que el castellano no estaba respetando lo acordado, los gomeros vieron la ocasión perfecta para romper el acuerdo por su parte. El cabecilla de la operación resultó ser «vn moso que se decía Pedro Hautacuperche que guardaba su ganado en Aseysele, en el termíno de Guachedun, y paríente dela mosa» [Abreu (ca. 1590, II, 28) d. 1676: 71v]. Hautacuperche (‘nace con buen presagio’) asumiría la responsabilidad de forma voluntaria, pues Hupalupu, ya viejo, quedaría rezagado. Sería en las cuevas del mencionado término de Guahedun donde Yballa, acompañada de una anciana, recibiría a Hernán Peraza el Joven, que venía escoltado por un paje y un escudero. Confiado, Hernán Peraza despachó a sus acompañantes a otra cueva para introducirse él en la de Yballa. Cuando la isleña presintió la presencia de los gomeros que venían a prender a su amante, le avisó con una conocida frase: «[...] a esta voz salio Yballa y dicele en su lengua estas palabras, ajeliles, juxaques, aventamares, que significan; huie que estos ban por ti» [Marín (1694, II, 12: 63v) 1986: 223-225], aunque la traducción más precisa sería: ‘escapa del hombre (legítimo), el guerrero feroz cumple (una misión), (y) sube la linde baja’. El castellano salió de la cueva disfrazado con una saya, pero la anciana lo delató y Hernán Peraza no tuvo más remedio que regresar, vestirse de caballero y salir de nuevo para encarar su destino: Estaba encima [de la cueva] Pedro Hautacuperche, con una asta como dardo, con un hierro de dos palmos; y arrojándosela, metió por entre las corazas y el pescuezo, que lo pasó de arriba abajo, y luego cayó allí muerto. Mataron también al escudero y al paje que había llevado consigo [Abreu (d. 1676) 1977: 249]. De esta forma, lo que inicialmente iba a ser un prendimiento se convirtió en una ejecución. Cuando Hupalupu llegó al lugar, lloró al comprender que, con la muerte del tirano, la desdicha de los gomeros no había hecho nada más que empezar. El pacto se había roto y por los riscos de la Isla pudo oirse otra mítica frase: Los gomeros que mataron a Hernan Perasa, subidos en los serros decían ensu lengua, ya el ganígo de Guahedun se quebro, y ganígo es como casuela grande de barro en que comen muchos juntos [...] [Abreu (ca. 1590, II, 28) d. 1676: 72].
El sitio de la Torre Tras enterrar a Hernán Peraza el Joven, Beatriz de Bobadilla se recogió en la Torre junto con sus hijos. Los gomeros no tardaron en cercarla con la intención de prender o matar a la esposa de quien tanto daño les había infligido. El sitio duró varios días y en él también participó Hautacuperche: Procurando los cercadores entrar la torre, los de dentro se defendieron con ánimo, tirando piedras, y con ballestas que tenían dentro. Hautacuperche, matador de Hernán Peraza, era tan ligero, que las saetas que le tiraban, recogía con la mano y se desviaba; y era el que más prisa daba a entrar la torre [Abreu (d. 1676) 1977: 250]. Pero sería precisamente el sitio de la Torre la última ocasión en que veríamos a Hautacuperche combatiendo a los invasores: Viendo Alonso Docampo que no lo podían matar, armó una ballesta de garrucha, y hizo que Antonio de la Peña se subiese en el terrado de la torre con otra ballesta y le amagase cuando acometiesen, para descuidarlo; y él, por debajo, por una saetera, le tiró y le dió por el costado con un pasador, y cayó muerto [Abreu (d. 1676) 1977: 250]. La muerte de Hautacuperche, el guerrero protegido por las divinidades, desorientó a los gomeros, que acabaron por refugiarse en el alto Garagonoche, su fortaleza espiritual. Beatriz de Bobadilla pediría ayuda a Pedro de Vera, por entonces Gobernador de Canaria. Cuando sus tropas acudieron en ayuda de los castellanos, la represión y la venganza por la muerte de Hernán Peraza el Joven sería terrible.
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