Número 6 - Diciembre
[ISSN 1886-2713] |
:::IV. Generalidades fonéticas:::Si se atiende sólo a la información explícita que transmiten las fuentes etnohistóricas y oficiales entre los siglos XIV y XVI, resulta bastante difícil obtener una caracterización precisa acerca del sistema de comunicación empleado por la antigua población insular. Por regla general, emiten impresiones y consideraciones lingüísticas tan escasas como vagas y, a menudo, hasta contradictorias. Pero también trasladan un caudal nativo que, junto al material epigráfico y la tradición oral, facilitan hoy una imagen que, lejos de ser completa, sí proporciona ingredientes muy concretos y relevantes. Como es natural, la fonética, el estudio de la realización de los sonidos con independencia de su función lingüística, concita las mayores incertidumbres y problemas. Que las antiguas hablas isleñas pertenecieran a un idioma (tamazight) todavía vivo, sin duda permite rozar la expresión real de aquellas manifestaciones. Pero las modalidades de habla extinguidas se conocen a través de sus textos, asunto complicado en una lengua que ha hecho de la oralidad su vehículo principal de transmisión, o mediante los informes que hayan vertido fuentes extranjeras, con frecuencia no todo lo específicos que sería deseable. Las primeras referencias lingüísticas que recoge la documentación europea aparecen ya en el famoso relato (Recco) de la expedición ítalo-portuguesa de 1341: «[...] su idioma, según cuentan, es bastante elegante y desenvuelto, como se habla en Italia». A esa altura del siglo XIV, cuando la aventura atlántica apenas empezaba a encarar los mitos y los peligros de una navegación oceánica, el conocimiento que entonces se tenía del Archipiélago y sus habitantes era todavía muy preliminar: Y además de esto dicen ser éstas [las Islas] hasta tal punto diversas entre sí en los idiomas que mutuamente no se entienden, y por añadidura sin tener ninguna clase de navíos u otro medio por el cual puedan pasar de una isla a las otras, salvo que lo hicieran a nado. Un testimonio directo, como éste alegado por los exploradores que enviara Alfonso IV de Portugal, merece siempre atención a pesar de las limitaciones que exhiba. Las dificultades de intercomprensión, que a menudo estas fuentes elevaron a la categoría de multiplicidad idiomática, en realidad forman parte de la personalidad de la lengua amazighe, enriquecida por una infinidad de dialectos desde época muy remota. Por lo común, se trata de diferencias de pronunciación y vocabulario, elementos indispensables para una comunicación fluida. Aunque esta diversidad adquirió en Canarias perfiles propios y distintos debido al confinamiento insular, escenario donde florecieron combinaciones particulares de algunas de esas hablas continentales. Aportaciones documentales algo más ceñidas se retrasan, como es lógico, hasta el período colonial: […] del Lenguaje comun delos ysleños, cuya pronuncíacíon era híríendo conla lengua enel paladar, como suelen hablar los que no tienen lengua libre, aquíen llaman tartamudos, y en su lenguage comíensan muchos nombres de cosas con t, los quales pronuncíaban con la medía lengua (Abreu ca. 1590, I, 5). Detalles como esa dicción palatalizada de la consonante dental sorda, t (= ch), ejecución muy frecuente en Tenerife o La Gomera, hemos de aceptar que no abundan. Menos aún, esa otra observación acerca de la importancia de los fonemas posteriores (palatales, velares y uvulares), que afina algo más cuando alude a Tenerife: «Su habla era diferente delas otras Yslas: hablaban en el buche, como los Afrícanos» (Abreu ca. 1590, III, 11). En todo caso, refleja aspectos que se constatan con facilidad en el material lingüístico conservado.
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