Número 6 - Diciembre
[ISSN 1886-2713] |
:::Gofio, dunas y troyanos:::Sí, sé lo que estás pensando: «¿acaso queda por decir algo sobre el gofio que no se haya dicho ya?». Pues, vamos a ver si soy capaz de sorprenderte. Empecemos por el principio. - ¿Qué es el gofio? - Una harina más o menos gruesa de cualquier cereal tostado, sobre todo trigo y cebada. Bueno, bueno. Esta pregunta era fácil. Todo el mundo en Canarias ha comido gofio alguna vez, aunque ahora parece que resulta más elegante consumir corn-flakes, es decir, el mismo cereal pero en copos que nos traen desde fuera. No obstante, los isleños también hemos exportado nuestro gofio. En Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Puerto Rico o Venezuela se alimentan con él, aunque en Venezuela usan su nombre para referirse a una ‘especie de alfajor (o golosina)’. Esa costumbre de tostar granos y luego convertirlos en harina se practica en la cultura amazighe desde tiempos muy remotos. Por todo el Norte de África hasta los confines orientales del Mediterráneo, quedan muchos pueblos que todavía conservan este hábito alimenticio. Una prueba de su antigüedad y extensión te la puede proporcionar un gran poeta latino llamado Virgilio, que vivió entre los años 70 y 19 antes de nuestra era (hace casi dos mil años). En un pasaje de su obra más famosa, La Eneida, donde narra los orígenes de la fundación de Roma por Eneas y otros fugitivos de la antigua ciudad de Troya (en Asia Menor), describe una escena en la que estos heroicos navegantes desembarcan en una costa africana de lo que entonces se conocía como Libia. ¿Qué hace Acates, uno de los personajes, en cuanto pone pie a tierra? Prende un buen fuego y se apresta «a tostar en la llama y a moler con piedras los granos salvados de la tempestad» [lib. I].
Imágenes como ésta menudean también en las crónicas de los viajeros y conquistadores que llegaron a Canarias: «comen el trigo y la cebada o bien a la manera de las aves o bien hacen harina, que tragan bebiendo agua y sin elaboración alguna de pan» [Recco 1341], dice el relato de una expedición de italianos y portugueses que arribaron a las Islas en 1341. Lo mismo que un siglo y medio más tarde, en 1494, nos cuenta un médico alemán que se encontraba de viaje por la península ibérica. Su nombre era Hieronymus Monetarius [(1494) 1991: 49] y allí conoció a varios isleños procedentes de Tenerife que iban a ser vendidos como esclavos en Valencia: «No comen pan, sino cebada, que trituran en una piedra de molino de mano, la deslíen en agua o en leche y la toman como comida y bebida». El vocablo ‘gofio’, con esa forma y significado (‘harina de cereal tostado’), no está presente hoy en los muchos dialectos de la lengua amazighe. Pero algunas voces de su familia de palabras siguen vigentes y se aplican a cosas muy similares. Por ejemplo: egif (que se lee eguife), ‘terreno arenoso’; egef (que se lee eguefe), ‘duna de arena fija’, y tagefut (que se lee taguefute), ‘terreno arenoso’ y, por extensión, ‘montón, montículo (de productos alimenticios, heno, etc.)’ ¿Qué conclusión lingüística podemos sacar de estos datos? Fácil: que, tanto en las variedades continentales como insulares de la lengua amazighe, la secuencia de consonantes G•F sirve para referirse a un ‘montón de polvo (de harina, arena, etc.)’.Pero esta fórmula no es la única. En otra oportunidad, veremos una expresión que se diferencia muy poco del español ‘harina’, francés ‘farine’, portugués ‘farinha’ (es decir, fariña) o italiano (y latín) ‘farina’.
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