Nº2 Agosto 2005
[ISSN 1886-2713] |
:::La mujer isleña:::Pese a lo precarios y confusos que suelen ser los testimonios etnohistóricos y arqueológicos, no son pocas las pruebas que evidencian la influencia y el prestigio de la mujer en la antigua sociedad isleña. Aunque conviene tener mucho cuidado con las generalizaciones, los datos disponibles llevan a pensar que la organización social estuvo muy ligada al matriarcado, es decir, que aspectos como el parentesco, la herencia o la residencia se establecían por línea materna. La documentación europea del siglo XVI nos transmite el nombre dado a la mujer en Tenerife, aunque podemos presumir que en el resto de las islas el enunciado sería similar, pues incluso se usa todavía hoy en los dialectos continentales. Ese vocablo era chamato, pronunciado con la típica palatalización tinerfeña de la t (= ch). En realidad, se trata de un compuesto cuya dicción correcta resulta bastante más difícil para un isleño actual. En todo caso, quizá sea más revelador su significado. La etimología de este concepto de mujer tiene que ver con el ‘origen’, con la ‘matriz’ que genera el ‘lazo consanguíneo’ en el que se funda un parentesco y que, además, ella ‘amamanta’. Por tanto, como sucede en el conjunto de la cultura amazighe (o bereber), se concibe a la mujer como el ser que ampara la vida y proporciona una determinada filiación social a las personas que integran una comunidad. Las fórmulas a través de las cuales se concretó esta fuerte ascendencia de la madre (ma) fueron diversas. En Lanzarote hallamos la circunstancia más peculiar: la mujer tenía tres maridos, cada uno de los cuales servía a la familia de la esposa durante un mes. Pero también las adopciones, incluso de extranjeros, se sellaban con lo que se conoce como ‘pactos de colactación’, por el cual la familia anfitriona y el huésped bebían la misma leche (que, en un principio, aportaba la matrona de la familia). La expresión del respeto y la consideración que merecían las mujeres llegó a situaciones como la implantada en Tenerife, donde ningún hombre podía aproximarse y hablar a una mujer en un lugar solitario. En otras islas, como Erbane (Fuerteventura), dos mujeres –madre e hija, al parecer– intercedían en los conflictos políticos y regían los ceremoniales. Una de ellas tenía por nombre Tamonante, cuya traducción literal es ‘la que deletrea’. Esto presupone que era depositaria de un saber muy importante: la lectura. En la cultura amazighe, la escritura carece de vocales, puntuación o separación entre las palabras, lo que convierte la lectura en un ejercicio que requiere cierto adiestramiento, ya que un mismo texto puede contener varios mensajes diferentes. Y es que la mujer constituye el centro no sólo de la reproducción biológica, sino de la vida doméstica y cultural.
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