Nº 17 Diciembre 2006
[ISSN 1886-2713] |
:::Las enfermedades:::Hablar de la salud de nuestros ancestros no es tarea fácil. Los libros antiguos apenas proporcionan detalles sobre las enfermedades padecidas por los isleños o los métodos que éstos conocían para curarlas. Es por eso que la mayor parte de la información disponible sobre el tema la obtenemos a través del análisis de los restos humanos extraídos de los distintos yacimientos arqueológicos del Archipiélago. Trataré de arrojar un poco de luz sobre el asunto en un artículo... ¡no apto para hipocondríacos! Enfermedades de los huesos Gracias al estudio de los restos óseos, los científicos han podido confirmar que las enfermedades más frecuentes en las poblaciones prehispánicas de Canarias fueron las de tipo traumático, observadas, fundamentalmente, en los cráneos y en los huesos de las extremidades. Estas fracturas se producían por los golpes recibidos durante la lucha armada o por las caídas sufridas en los peligrosos desplazamientos a través de los escarpados riscos, muy habituales en aquellas sociedades de tipo pastoril. En ambos casos, el grado de cicatrización ósea de las fracturas nos indica si el sujeto murió en el acto o sobrevivió más o menos tiempo tras el golpe. En ocasiones, los huesos de nuestros antepasados también presentan síntomas de ciertas enfermedades de origen interno o infeccioso. Es el caso del reumatismo articular, antiguamente conocido con el nombre de artritis, que se manifiesta, por ejemplo, en forma de lesiones vertebrales. También se han hallado casos de osteoartritis crónica y de tumores óseos, visibles en algunos de los cráneos estudiados, así como determinadas malformaciones en la zona de las primeras vértebras o en los huesos de la nariz. Otra enfermedad infecciosa con sintomatología ósea es la fiebre de Malta, transmitida por las cabras. Teniendo en cuenta el habitual uso que los antiguos isleños hacían de los productos derivados de estos animales, era previsible encontrar señales de este mal entre los esqueletos analizados, pero nada más lejos de la realidad: los científicos no han hallado ningún rastro de la enfermedad, con lo que no se puede confirmar que la fiebre de Malta formara parte de las patologías padecidas en las antiguas sociedades amazighes del Archipiélago. Entre los restos estudiados tampoco se han encontrado señales de raquitismo o tuberculosis, aunque estas enfermedades podrían haber tenido otro tipo de localización y, por tanto, no se descarta su presencia en Canarias. Tampoco la lepra o la sífilis dejaron señales en los huesos de nuestros ancestros, por lo que lo más probable es que no las sufrieran. En cuanto a la salud dental, se ha podido observar la presencia de caries y piorrea alveolar, así como la abrasión de ciertas piezas dentarias, a menudo ocasionada por la ingestión de minúsculos fragmentos de piedra desprendidos de los molinos. Enfermedades sin localización ósea e infecciosas Las patologías que no dejan rastro en los huesos del enfermo son algo más complicadas de analizar en la actualidad, pues los elementos de juicio para su estudio se limitan a las escasas anotaciones que sobre ellas hacen las fuentes etnohistóricas, y a los distintos tejidos orgánicos conservados gracias al mirlado de algunos de los cadáveres. De la descripción que las fuentes documentales hacen de las guatatiboas, puede deducirse que los antiguos habitantes de Canarias debieron de padecer dolores de estómago, cámaras, diarreas y estreñimiento, alteraciones del aparato digestivo producidas por las transgresiones en el régimen que, puntualmente, se daban. Alguna de las manifestaciones externas de estos problemas suelen ser la obesidad (adafur) o la delgadez extrema (anusru), conceptos bien documentados a través de varios nombres personales. Ciertos síntomas, descritos o deducidos de la información disponible, revelan complicaciones derivadas de las condiciones higiénicas. La convivencia con ácaros y otros parásitos seguro que produjo algo más que simples eczemas en la piel, dando lugar a casos de sarna (fore), por ejemplo. Los historiadores hacen referencia directa a algunas enfermedades del aparato respiratorio, anotando que éstas se reducían a afecciones agudas provocadas por las variaciones del tiempo y que, en ocasiones, acarreaban sofocaciones o disneas (ehmer), cuyo origen también podía encontrarse en ciertas enfermedades circulatorias. Pero, sin lugar a dudas, la patología infecciosa mejor documentada en las fuentes es la modorra o pestilencia, enfermedad epidémica sufrida por los antiguos isleños durante la Conquista. Dicho mal causó un gran número de bajas entre la población isleña, condicionando la defensa de alguna de las Islas. Fray Alonso de Espinosa describe en su Historia [1594 (1980): 110-111] uno de esos episodios, acontecido durante la conquista de Tenerife: En este tiempo, por el año de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro, ahora fuese por la permisión divina, [...], ahora fuese que los aires, por el corrompimiento de los cuerpos muertos en las batallas y encuentros pasados, se hubiesen corrompido e inficionado, vino una grande pestilencia, de que casi todos se morían, y ésta era mayor en el reino de Tegueste, Tacoronte y Taoro, aunque también andaba encarnizada y encendida en los demás reinos. Los síntomas de la modorra eran la fiebre y la letargia. En algunos casos, el enfermo también presentaba ciertas complicaciones del aparato respiratorio, que le conducían, si llegaba a sobrevivir, hacia un estado de abatimiento general. Aunque su contagio se atribuía a la corrupción del aire provocada por los cuerpos insepultos de los guerreros caídos durante los combates, cuyos efectos se agudizarían en las épocas más húmedas y frías, cabe suponer que el envenenamiento deliberado de los pozos de agua por parte de los colonizadores tuvo también algo que ver. En fin, imagino que, con todo esto, más de uno habrá sentido la necesidad de ser objeto de un chequeo médico. Y, precisamente, sobre eso les hablaré el mes que viene...
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