Nº 16 Noviembre 2006
[ISSN 1886-2713] |
:::Sociedad y costumbre en Tamazgha:::Este año, en el que se cumple el sexagésimo aniversario de la muerte del recordado filólogo francés George Marcy (1905-1946), Mundo Guanche desea rendirle un modesto homenaje a este especialista en la lengua tamazight, que tanto interés mostró siempre por las investigaciones etnolingüísticas relacionadas con las Islas Canarias. Con este propósito, hemos preferido sin embargo dar a conocer la traducción al español de un fragmento muy significativo del cuidado artículo que dedicó a la tribu ait jellîdasen, grupo amazighe del Medio Atlas marroquí. La documentación etnográfica y sociológica que presenta, pese a venir referida a los albores del siglo XX, sin duda aportará a nuestros lectores valiosos elementos de reflexión acerca de algunas de las pautas organizativas que las comunidades amazighes han movilizado a través de la historia. El texto, que ilustra muy bien ciertos problemas y respuestas sociales, quizá podría ayudarnos a comprender un poco mejor las formas de organización características de la milenaria etnia norteafricana que pobló por primera vez el archipiélago canario. Autor: Georges Marcy. Una tribu de la confederación ait waraîn: los ait jellîdasen Instituciones sociopolíticas Las instituciones sociopolíticas de los ait jellîdasen recuerdan todas las que ya han sido observadas en puntos muy diversos de Berbería. El prototipo del pequeño clan patriarcal formado en su origen por el crecimiento progresivo de una sola familia en la que todos sus descendientes quedan estrechamente unidos por el recuerdo de un ancestro varón común a todos los miembros, aparece muy a menudo sólo como una representación ideal. A lo sumo, se puede afirmar que existe, en el interior de ciertos agrupamientos de mediana importancia, un marcado deseo de solidaridad, de afinidades étnicas más o menos precisas, un patrimonio común de tradiciones históricas y costumbres sociales y, para decirlo todo, una individualidad colectiva suficientemente separada y estable como para traducirse en la presencia de instituciones políticas autónomas y perfectamente viables. Este pequeño grupo lleva en bereber el nombre de ighss (plural, ighusâs), literalmente, el ‘hueso’. El organismo más importante de esta pequeña república, al que se adjunta siempre una base territorial muy definida, se halla constituido por el consejo de notables o lejma‛at, encargado de la administración y, para este cometido, con la competencia más universal que exista, aunque sin el poder necesario, que raramente le es efectivo. Grupos más limitados, las tighssatîn (sing., tighssat), cumplen con bastante aproximación dentro del ighss ese carácter de pequeño clan patriarcal y agnático evocado más arriba, donde se resume por otra parte toda su individualidad. Por encima del ighss, figura una división cuya razón de ser resulta menos aparente, la fracción o lferqa: es a ella a la que hemos visto que le corresponde el tatuaje de una insignia particular. La originalidad de la ferqa se halla puesta de relieve no obstante por la existencia, en el interior de cada una de estas fracciones, de un ighss que posee entre todos los otros la calidad de ait 'auwâm. Parecidos a los inflâs del Sûs, los ait 'auwâm encarnan en las ocasiones trascendentales el honor de toda la fracción, del cual asumen como tarea esencial el ser una especie de defensores permanentes. Son ellos los que marchan al combate a la cabeza de los demás y se esfuerzan por arrastrar hasta allí a sus hermanos con el ejemplo de su propia intrepidez. Una observación curiosa permite al resto comprender el papel tan particular que les está destinado: todas las luchas internas que se han desarrollado entre los ait jellîdasen desde hace sesenta años –alrededor de una docena–, sólo han opuesto sucesivamente a los ighusâs de ait 'auwâm, llevando cada uno la bandera de su fracción respectiva. Los ait jellîdasen se dividen en ocho ferqas casi equilibradas desde el punto de vista de la población y el territorio. A su vez, estas ferqas se asocian entre ellas de dos en dos para formar un reba‛ o ‘cuarto’. Cada uno de estos reba‛, cuyo conjunto se reparte la tribu, elegía en otro tiempo a diez delegados encargados de ocupar un escaño en la asamblea general de la tribu o lejma‛at en-teqbîlt. La antigua institución de los cuarenta delegados sugiere una relación con el nombre de los ait arba'în, llevado en el Sûs por ciertas asambleas de notables, aunque el número de asistentes que las componían difería sin embargo de esa cifra efectiva de cuarenta. Cuatro reba‛ forman la tribu, taqbîlt, cuyo principio unitario se revela bastante vago, sobre todo desde la desaparición de la jma‛at en-teqbîlt ya citada. Lo mismo ocurre con la confederación, que agrupa a varias tribus designadas colectivamente por el nombre de idrâsen: los lazos que unen entre ellos a los diversos idrâsen parecen ocasionales; ligados por circunstancias la mayoría de las veces transitorias, no son jamás muy duraderos, aunque la unidad nominal de la confederación pueda todavía sobrevivir mucho tiempo a tales circunstancias. Ya hemos expuesto con amplitud la génesis de estas grandes formaciones a propósito del nacimiento de la confederación ait waraîn. De manera muy distinta, existen los leff, ilefûf, que ofrecen, por el contrario, un carácter de permanencia bastante marcado. Estos leff oponen de dos en dos, con una constante regularidad, dos grandes partidos constituidos cada uno por un grupo fijo de tribus o fracciones de tribus, que detentan respectivamente el nombre de su miembro más representativo. Cuatro grandes leff principales se reparten las tribus ribereñas del Muluya Medio: el de los ait jellîdasen y los ait iyûb opuesto al de los imermûchen, y el de los ait Sîdi Yagûb y los ahl Bu-Râched opuesto al de los ulâd lã-Haddj y los ulâd Jerrâr. Parecen traducir al lenguaje político todo un caudal latente de hostilidades irreductibles que emana con verosimilitud de divergencias étnicas. La mezcla perpetua sufrida en el curso de los siglos por este núcleo local de población todavía no ha llegado en absoluto a abolir definitivamente estas influencias raciales. Tal es por lo menos la conclusión que sugiere una rápida encuesta sobre la población, inspirada por la constatación, en primera instancia sorprendente, de que los límites de los leff trazados sobre el mapa son a menudo muy diferentes de los de las tribus que entran más o menos fragmentariamente en su composición (1). Los miembros de un leff se designan entre ellos por el apelativo iyîlfen; si el leff está muy expandido, los iyîlfen devienen muîlfen. La institución de los graneros de fracción colectivos, los igudâr del Sûs, no se encuentra en tiempo normal entre los ait jellîdasen. Se puede observar no obstante que tiene tendencia a reaparecer en las situaciones críticas, cuando la vida de la tribu se halla amenazada por acontecimientos externos: es así que se ha podido ver funcionar en la época de la disidencia varios de estos depósitos colectivos instaurados en los principales qsûr [*] de los valles altos. El derecho privado de la tribu está regido enteramente por la costumbre, azerf. No está escrita; se caracteriza, como en otras partes, por una observancia meticulosa de la justicia tomada en su acepción más estricta: una tarificación minuciosa de todos los derechos, e incluso de los que afectan al estatuto más esencial de la persona, traduce esta preocupación exagerada por asegurar a todos, en cualquier circunstancia, si fuera preciso mediante la ficción de un equivalente pecuniario que, en ciertos casos, parece odioso, la igualdad rigurosa de los beneficios y pérdidas repartidos en concurrencia entre todas las partes en litigio. Un sentimiento más elevado de solidaridad social recibe sin embargo su expresión en los pactos de fraternidad más o menos formales, que todos tienen por objeto crear jurídicamente, a través de la manifestación de un simbolismo apropiado, los efectos ligados por lo general a los lazos del parentesco natural. Estos pactos son de cuatro tipos: La tazettât es un contrato solemne de protección temporal establecido entre un individuo, con frecuencia un viajero, ama‛arqeb, y un notable de la tribu, tazettât, que le garantiza, bajo su responsabilidad personal, la seguridad de residencia, entregándole como prenda de la obligación asumida una pieza de su indumentaria, aztta, de donde procede el nombre tazettât. El amûr se usa para una duración mayor; se contrae a elección por tres procedimientos diferentes: el peticionario tiene la facultad de efectuar el simulacro de ser amamantado por la madre, la esposa o la hija del protector que solicita, invocando la ayuda de éste en voz alta; o bien puede pasar bajo su caballo pronunciando las mismas palabras; o también enviarle a una de sus parientes, que será la encargada de formular en su nombre la demanda deseada. La taîmat o ‘fraternidad’ se sella entre individuos aislados o familias que desean crear entre ellos todos los efectos jurídicos de un lazo natural de parentesco colateral. La tâda remite a una asociación entre agrupamientos más extensos, por lo general dos fracciones o incluso dos tribus que, muy a menudo, ya poseen lazos étnicos preexistentes. El simbolismo que acompaña la realización del contrato es fácil de interpretar: consiste en intercambiarse dos odres llenos de leche, cuyo contenido se vierte a continuación sobre el suelo entre los dos grupos contratantes; se reproduce así, mediante otra expresión del mismo simulacro, la ficción puesta de manifiesto en el amûr, en virtud de la cual las partes presentes consideran haber sido alimentadas conjuntamente por la leche de la misma mujer. Esta puesta en escena transparente sugiere de modo inmediato una posible relación entre el nombre de la tâda y la acepción usual de la raíz bereber TD, que significa ‘dar el pecho’: consumar la tâda no es otra cosa, en efecto, que referirse simbólicamente al alcance místico de este gesto. Las tierras irrigadas son las únicas objeto de una apropiación privada, al contrario que los terrenos bûr, que son propiedad colectiva de cada fracción. Las contribuciones puramente ocasionales, que son levantadas de vez en cuando por la jma‛a y cuyo producto se destina con frecuencia a garantizar el mantenimiento de los huéspedes de paso, se reparten no per cápita de adultos, sino según la parcela de riego de cada uno: de hecho, tienen por tanto un contenido territorial. El derecho penal presenta todavía el estadio primitivo de la justicia privada, cuyo ejercicio directo estriba en una pena atemperada por la aplicación facultativa del principio de composición pecuniaria y la existencia de un bosquejo de reglamentación que sigue los formatos de la bárbara ley del talión. Un rudimento de acción pública figura de forma germinal en la percepción que se establece en provecho de la comunidad, con ocasión de infracciones particularmente graves, de una multa, lexdît, que se añade a la indemnización ordinaria debida por el delincuente a la parte agraviada. Las penas corporales, cuya aplicación al culpable por la víctima del delito es lícita, revisten a veces un carácter extremadamente cruel: así, la mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio se expone a una mutilación con un hierro candente, practicada por el propio marido injustamente defraudado en sus derechos personales más sagrados. _______________________________ (1) Cf. aquí mismo el mapa de los leff comparado con el de las tribus. Las voces faringalizadas o enfáticas, que se representan por lo general con un punto debajo de la consonante correspondiente o con una tilde sobre ella, aquí aparecerán a partir de ahora con esa grafía subrayada (p. ej, qsar).Autor: Ignacio Reyes |
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