Nº 15 - Octubre 2006
[ISSN 1886-2713] |
:::Taganana:::Salvo esclavos y una privilegiada posición geoestratégica, el archipiélago canario no ofrecía en realidad grandes atractivos económicos para la expansión colonial europea, que encontró muy pronto formidables riquezas al otro lado del Atlántico. El coste enorme de las operaciones militares sólo era comparable con el que supondría, acto seguido, la instalación de un aparato productivo que explotara de forma sistemática los limitados recursos isleños. Con todo, algunos mercaderes y prestamistas no desaprovecharon la oportunidad de entrar en un negocio arriesgado, pero donde la renta de situación de las Islas era evidente que poco se iba a depreciar. La apuesta, sobre todo en las primeras décadas posteriores al término de la Conquista, les resultó extraordinariamente ventajosa. Aguas, tierras y mano de obra barata para las duras labores agrícolas pusieron en marcha una próspera empresa azucarera, probada ya con éxito por los conquistadores durante cientos de años en el levante y sur de la península ibérica. Como cabía esperar, la feracidad que distingue la comarca de Anaga atrajo de inmediato la atención de la nueva administración colonial. Concluida la conquista oficial de la isla de Tenerife a finales de 1496 y cuando el Adelantado todavía se encontraba en las Españas, adonde había acudido para comunicar a la Corona el éxito de su empresa, Alonso Fernández de Lugo hizo concesión de datas en la zona, en julio de 1497 y desde Sevilla, al genovés Mateo Viña, mercader que había financiado parte de su actividad. Un mes más tarde, también entregó títulos de propiedad (datas) a dos conquistadores, «a vos yuan de las casas y a vos Fernando [Guanarteme] de gran canaria», sobre «vn barranco [que] es a barlovento de anaga que a por nonbre taganana que puede tener dos cafyçes de sembradura» [Datas originales, lib. I, cuaderno 1º, núm. 9, 26-VIII-1497]. Y él mismo tampoco tardaría en disponer de un ingenio en ese enclave excepcional de la vertiente noreste tinerfeña, Taganana, sede principal de la antigua jurisdicción amazighe de Anaga.
Un concepto de prosperidad que el régimen colonial siempre ha mantenido asociado a una invariable expansión predatoria. Sirva como prueba del impacto operado sobre el territorio por la acción humana, este contrato protocolizado el 16 de septiembre de 1506 ante el escribano Sebastián Pérez [lib. II, fol. 109]: Sepan quantos esta carta vyeren como yo Cristóbal Rodríguez de León vecino desta ysla de Tenerife otorgo e conosco que tomo de todos los vecinos de Taganana a bien hacer el camino que va desta villa [Santa Cruz] para Taganana con las condiciones syguientes. Que tenga seis pies de bivo e de la parte de arriba un palmo más baxo que de abaxo e que donde estuviere montaña de parte de arriba que la desfaga de manera que pueda llegar a ella bestias con serones e cargas e que todo el monte questoviere sobre el camino que lo descubra e lo corte para que no llueva de los árboles e que todas las bueltas del camino que lo he de hacer por donde se fuere señalado; e ha de ser fecho el dicho camino desde la casa de Juan Delgado fasta llegar a La Laguna por prescio de diez e seis mill e quinientos mrs. pagados en tres tercios [Serra 1944: 8-9]. Conmociones ambientales que, en honor a la verdad, la fragosidad de esta comarca oriental de Tenerife acotó durante años, con el inestimable alivio, eso sí, que aportó un no menos difícil tránsito por vía marítima.
Hoy en día, el enclave anaguense es testigo y partícipe de uno de los hitos más importates de la biodiversidad de Canarias, que conjuga, a un tiempo, estampas bien conservadas del pasado y el quehacer del hombre, junto a una completa muestra de monteverde, elementos termófilos, cardonal-tabaibal, comunidades hidrófilas y una rica vegetación rupícola colgada en los impresionantes roquedales de la zona, destacando dos endemismos locales amenazados: el cabezón (Cheirolophus tagananensis) y el tomillo de Taganana (Micromeria glomerata). La documentación de la época transmite de forma abrumadora la voz Taganana para el ámbito que examinamos ahora. Se aprecia alguna mínima variante, como el Tagnane que figura en una data de 1504 [DOT, lib. I, c. 9, núm. 49], o lo que hemos de asumir como la versión masculina del topónimo, el Ganana que registra un acuerdo cabildicio de 1512 [ACT, lib. I, fol. 351v]. Pero la base significativa está clara. Como dicta lo abrupto de su geografía, la denominación se apoya en la raíz [G/W•N], cuyo sentido primario cubre el campo semántico ‘subir, montar’. Así, Ta-gan-an llama nuestra atención acerca de las ‘pendientes, cuestas o inclinaciones (ascendentes)’ que caracterizan aquel terreno, aunque, si le aplicamos el valor diminutivo que a menudo aporta el femenino amazighe, la típica socarronería isleña pudo referirse al lugar como ‘las subiditas’. La imagen se repite también en La Palma, aunque allí no hemos podido determinar todavía la antigüedad del topónimo: La denominación Taganana corresponde a una zona situada sobre el amplio valle de las Cuevas y próxima a la boca oeste del túnel de la Cumbre, entre el Lomo de Sargenta y el antiguo camino real que unía las vertientes orientales y occidental de La Palma [Díaz Alayón 1987: 145]. Ya en masculino y en singular, la denominación figura en algunas montañas de Lanzarote y en otra importante jurisdicción, esta vez en la isla de La Gomera. Según señalan las fuentes escritas, el bando noroccidental recibió el nombre de Agana (a-ganah), cuya variante continental toma la forma äggan, pl. äggânen en los dialectos meridionales. Y es que el lexema [G•N], matizado en no pocas formas y sentidos topográficos, apunta de manera insistente hacia un ‘lado, parte o borde’ (agenna), que remata un ‘maxilar’ (eganan), tanto como al ‘barranco’ (agwni, pl. igwnitn o agunu, pl. igunan) que abunda en Marruecos y el norte de Argelia.
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