nº 12 - Junio 2006
[ISSN 1886-2713] |
:::Taburiente:::Como una enorme herida que se hunde en el centro de la Isla y se vierte por su costado occidental, la Caldera de Taburiente en La Palma ofrece uno de los ámbitos de mayor riqueza natural que aún conserva el archipiélago canario. Formada por una intensa actividad erosiva del agua, que habría actuado sobre una acumulación de conos volcánicos atravesados por barrancos y cañadas, ese desgaste ha ido drenando los materiales más frágiles y, en consecuencia, dejando al descubierto paredes y roques de altura imponente, como el de los Muchachos con sus 2.426 metros. Localizado entre los 28º 40’ y 28º 46’ de latitud Norte y los 17º 50’ y 17º 55’ de longitud Oeste, este cráter de 4.690 hectáreas contiene una de las mayores depresiones del mundo. Sólo erupciones relativamente más modernas arrojaron materiales semifluidos que se fueron depositando en estos fondos erosionados de la Caldera, produciendo esa especie de llanura que recibe el nombre de Taburiente. Aunque, con posterioridad, un nuevo ciclo erosivo abriría otros valles torrenciales. Pero la evolución geológica no se detiene y ahora mismo prosigue su fase de ensanchamiento y profundización. En forma de caldera Gracias al testimonio del supuesto franciscano andaluz Juan de Abreu Galindo, que pasó algún tiempo en la Isla, disponemos hoy de un vocabulario antiguo muy interesante, referido tanto a lugares como a caudales de agua o plantas que ya habitaban la zona. Su descripción, que ajusta con referencias toponímicas muy certeras, retiene los elementos fundamentales del paisaje: «Este término de Acero se llama al presente Caldera, porque su hechura es en forma de caldera, toda a la redonda cerrada de muy altos riscos y laderas, que bajan en forma de cerros a lo bajo de ella» [Abreu (1590, III, 8) 1977: 285]. Pero, con anterioridad, había observado y anotado un dato lingüístico muy pertinente: El doceno señorio era Acero, que al presente llaman la Caldera, que en lenguage Palmero, quíere decír lugar Fuerte, que parece querer sígnifícar lo mísmo que en lenguage herreño Ecerro. Y cierto que la significacion del vocablo estâ bien adaptado al lugar; por que es casi ínexpugnable, y asi fue lo vltimo que se ganô dela Ysla [Abreu (1590, III, 3) d. 1676: 78v]. Al margen de la mayor o menor abertura de las vocales y de una eventual realización faringalizada de la consonante alveolar (Z), que no queda atestiguada en las Islas, el concepto azeru fija sin duda la ‘muralla rocosa vertical’ que en Canarias conocemos como ‘fortaleza’. Un llano con dos puertas De la mano de Abreu, nos adentramos todavía un poco más en tan agreste territorio hasta alcanzar nuestro verdadero objetivo: «En toda esta cantidad de circuyto no ay mas de llano de veynte, y quatro arançadas de tierra, al qual los antiguos llamaban Taburíenta, que quiere desír, LLano» [Abreu (1590, III, 8) d. 1676: 84v]. Aquí, como es lógico, no pone en relación este ‘llano’ con otro topónimo relevante, Adirane (adiran), un substantivo masculino plural que también se aplicó a superficies ‘llanas’. Y no lo hace porque Taburienta remite a una expresión más elaborada. Se trata de un compuesto que refleja exactamente la configuración del lugar: tawwurt_i_end´d´-t(a), es decir, ‘la parcela que (está) rodeada’. Con todo, dos accesos penetraban en esa ‘superficie encerrada’ de 8 km de diámetro y pendientes que alcanzan incluso los 2.000 metros de caída. De una parte, «la boca del Barranco del Agua, y ésta es trabajosa, y por donde se sirven muy pocos, por la ruina del arroyo» [Abreu (1590, III, 8) 1977: 284-285]. Mientras «La otra entrada mas comun, y frequentada, se llama: adamancasís, quees por las Cuebas que dísen de Herrera» [Abreu (1590, III, 8) d. 1676: 85], un lugar en el que la ‘arena o grava parda’ atrajo la principal referencia del topónimo isleño. Una reserva botánica Desde luego, la singular feracidad de este escenario no pasa inadvertida para Abreu. En el copioso patrimonio vegetal de Taburiente, del cual subraya nuestro autor los «pinos de tea, palmas, laureles, retamas, leñanueles», la ciencia ha censado hoy docenas de endemismos palmeros (34), canarios (69), macaronésicos (21) y locales (3). De ellos, son joyas notables de este espacio extraordinario: el pensamiento azul o pensamiento de cumbre (Viola palmensis); el retamón (Genista benehoavensis); el taghinaste azul de cumbre (Echium gentianoides) y el taghinaste rosado (Echium wildprettii ssp. trichosiphon). En suma, un extenso repertorio botánico que es consecuencia de las variaciones de altitud y exposición al alisio, donde destaca la vegetación adaptada a la alta montaña, la excelente representación del pinar canario y la notoria participación de comunidades hidrófilas y rupícolas, incluso con presencia de algún elemento de monteverde, cómodamente instalado en lo abrupto de esta frondosa caldera. Unos pocos animalillos En cambio, la fauna, tan menguada como en el resto del Archipiélago, apenas merece alguna alusión de soslayo en el texto de Abreu. Dentro de los ritos de veneración a Idafe, uno de los nombres divinos «por cuya contemplacíon al presente se llama el roque deYdafe» [Abreu (1590, III, 4) d. 1676: 79], indica la existencia de alimoches o guirres (Neophron percnopterus), por desgracia ausentes de la Isla en la actualidad. También, llaman la atención la chova piquirroja, graja o catana (Pyrrhocorax pyrrhocorax barbarus), que sólo se halla en La Palma y no en el resto de las Islas; el lagarto palmero (Gallotia galloti palmae) y el perenquén (Tarentola delalandii), presente además en Tenerife, así como un conjunto de artrópodos que poseen una gran endemicidad. A partir del agua Aunque, como no podía ser de otro modo, tanta fertilidad encuentra su estímulo principal en la abundancia del líquido elemento: «Tiene esta Caldera dentro muchas aguas, que se juntan todas en un arroyo, que sale por la una boca de esta caldera, con que muelen dos ingenios» [Abreu (1590, III, 8) 1977: 285]. Pese a lo cual, advierte de las calidades contrapuestas de esas aguas, buenas las que nacen en la banda del Norte y corren hasta confluir con las ferruginosas del Sur, obsequiándonos de paso con algún hidrónimo muy preciso: Esta agua es muy enferma, no por serlo toda, síno por juntarse la mala con la buena: por que el agua que nace en Ajerjo, termíno dela Caldera, que cae junto â adamancasís es gruesa, de mal sabor, y mal nutrímento, y llaman los Palmeros este termíno, ajerjo, por las fuentes que en aquel poco espacío nacen, por que adíjírja quíere decír chorro de agua [Abreu (1590, III, 8) d. 1676: 85]. Y así, en efecto, ese ‘lugar donde cae y corre el agua’, Ajerjo (o agherghur), se inspira en lo que parece una estupenda imagen de una cascada o ‘presión del agua que cae y corre’, es decir, adijirja (o addid_ghighar). Muestras significativas del nutrido caudal (por encima del medio centenar) de fuentes, veneros y cursos más o menos permanentes que todavía manan y discurren por el suelo de la Caldera. La actividad humana Sea como fuere, la investigación arqueológica ha recabado numerosos testimonios del primer poblamiento amazighe de Taburiente, donde la impronta más significativa ha quedado marcada en profusos y, en ocasiones, gigantescos grabados rupestres. Pero no menor importancia se concede así mismo a las más de 60 aras de sacrificio esparcidas por los bordes de la Caldera. En general, consisten en amontonamientos de piedras de planta circular u oval, cuyo contorno aparece definido por grandes lajas clavadas en el suelo (algunas también grabadas). Evidencias, en suma, de una explotación ganadera, recolectora y extractiva (en las escasas vetas minerales situadas en la cumbre) que alcanzó niveles bastante intensivos, lo cual se ha traducido en una innumerable presencia de restos cerámicos y utensilios, pero también de abrigos y paraderos pastoriles que indican la viva y prolongada actividad humana desarrollada en este ámbito asombroso.
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